Como lo señalan Campbell en "El héroe de las mil caras" y Riso en "Intimidades masculinas", la aventura del hombre como héroe aparece una y varias veces en leyendas, mitos, tradiciones y rituales de todos los pueblos y comunidades del mundo: mitos polinésicos y griegos, leyendas africanas, cuentos de hadas celtas, ritos andinos y en la mayoría de los simbolismos religiosos. Siempre, de una u otra manera, el peso de la figura heroica está presente en la cultura y en las enseñanzas que toda cultura trae. Aunque muchos padres hagan lo posible por no seguir la tradición, la aspiración a ser un héroe (o superhéroe) se cuela, evidente o no, en las formas más modernas de entretenimiento infantil y adulto. Las legiones de superhéroes, escritas o de serie de video, invaden el mercado creando valores que recuerdan las situaciones épicas más famosas, obviamente más modernas y de forma doméstica. Cuando un niño juega y fantasea con una espada o una capa, cuando tiene en sus manos algún muñeco o imita a algún personaje de caricatura o televisión, está trayendo de la fantasía a su mundo real a un héroe o superhéroe: el camino y la fórmula para ir a enfrentarse con fuerzas fabulosas y regresar triunfante. No importa si se trata de dragones, monstruos, gnomos, duendes malvados, o alguna guerra histórica. Desde Aquiles, Odiseo (Ulises), Eneas, Hércules, Simbad, El Rey Arturo, Robin Hood, Dartagnan, el Llanero Solitario, Spiderman, Superman, Robotec, Gokú, o Terminator, la morfología de las grandes gestas contiene riesgo, espíritu de aventura, autodeterminación, valentía sin límites, habilidades deslumbrantes y, claro, desprendimiento de la propia vida; además, los héroes no conocen el fracaso y casi siempre son hombres.
Riso (2006), señala que no es fácil para un niño renunciar a ser "adalid", si la esperanza de la familia y la humanidad, tal como muestra la antropología del mito, añora y repite sistemáticamente la misma historia secular de proezas. Quizas, la propia estructura incosciente masculina es la que posea implícita la sentencia de buscar satisfacer los sueños de grandeza de una sociedad perturbada, que pretende redimirse a sí misma. Parecería que los héroes hacen falta.
Para muchos hombres, el antihéroe es el preferido. Las ventajas saltan inmediatamente: El antihéroe no debe iniciar ninguna partida (no hay gestas en tierras lejanas), no hay pruebas que pasar (no se necesitan victorias o iniciaciones), y no hay retorno triunfante (no hay nada conquistado). El antihéroe rompe el mito y destroza la propia y asfixiante demanda fantástica de la tradición patriarcal. El antihéroe no quiere doncellas, ni corceles, ni rescatar a nadie; tampoco añora el peligro para ponerse a prueba, ya que no hay nada que probar; se niega a la demencia brutal del típico combatiente, y no ve a la mujer como una tentación que debe evitar para llevar a feliz término su gesta ególatra. El antihéroe no quiere ser santo, redentor, emperador, ni dueño de ningún reino. El antihéroe quiere abrazar en silencio, dormir en calma, amar intensamente y ¿por qué no?, ser rescatado por alguna heroína valiente y osada, de esas que no aparecen en los cuentos ni leyendas.
Basado en "Initimidades masculinas" de Walter Riso
Riso (2006), señala que no es fácil para un niño renunciar a ser "adalid", si la esperanza de la familia y la humanidad, tal como muestra la antropología del mito, añora y repite sistemáticamente la misma historia secular de proezas. Quizas, la propia estructura incosciente masculina es la que posea implícita la sentencia de buscar satisfacer los sueños de grandeza de una sociedad perturbada, que pretende redimirse a sí misma. Parecería que los héroes hacen falta.
Para muchos hombres, el antihéroe es el preferido. Las ventajas saltan inmediatamente: El antihéroe no debe iniciar ninguna partida (no hay gestas en tierras lejanas), no hay pruebas que pasar (no se necesitan victorias o iniciaciones), y no hay retorno triunfante (no hay nada conquistado). El antihéroe rompe el mito y destroza la propia y asfixiante demanda fantástica de la tradición patriarcal. El antihéroe no quiere doncellas, ni corceles, ni rescatar a nadie; tampoco añora el peligro para ponerse a prueba, ya que no hay nada que probar; se niega a la demencia brutal del típico combatiente, y no ve a la mujer como una tentación que debe evitar para llevar a feliz término su gesta ególatra. El antihéroe no quiere ser santo, redentor, emperador, ni dueño de ningún reino. El antihéroe quiere abrazar en silencio, dormir en calma, amar intensamente y ¿por qué no?, ser rescatado por alguna heroína valiente y osada, de esas que no aparecen en los cuentos ni leyendas.
Basado en "Initimidades masculinas" de Walter Riso